Sigue el camino de hojas amarillas

¡Ay, Jarabe de Arce! Te he tenido tan abandonado. Y es que aunque una se recluya en el campo, el ritmo de la vida a veces, como un torbellino, te atrapa y te bloquea en aquello que no tiene una utilidad inmediata. Ha sido un curso, el pasado, prácticamente exento de hobbies o momentos para pararse a escribir con tranquilidad, o para recopilar algunas imágenes de cómo se pasaron los días, las semanas y los meses. Hoy, una inactividad obligada lleva mis dedos a teclear estas líneas. Pero hay algo más…

Aunque en el calendario lleva con nosotros un mes, prácticamente, lo cierto es que ayer y hoy parecen los primeros días del otoño. Siempre ha sido mi época favorita del año. La caída de las hojas, los colores variados en las copas de los árboles, la lluvia, las chispas en la chimenea y los días sombríos siempre me han seducido. No en vano, soy una hija del Romanticismo. Quizá el haber visitado tantos bosques durante mi infancia, el haber crecido rodeada de olor a lluvia y naturaleza hacen que me guste esta época.

Recuerdo vivamente lo que hoy es el parque natural das Fragas do Eume con mucho cariño. Si habremos trepado a esos árboles de niñas. Y también el otoño en el Parque Nacional Nahuel Huapi. Eran otoños de abril y mayo, pero igualmente mágicos, en los que los serbales se teñían de un rojo único.  El otoño en la meseta castellana es distinto. La suerte de vivir cerca de un río y tener árboles cerca aún permite apreciar la policromía de esta época pero, sin duda, nada tiene que ver con el otoño en los bosques del norte (los pobres bosques de mi querido Norte) ni con las caídas de hojas en la Patagonia cordillerana.

Y es que el otoño es época para la naturaleza exuberante. Viví un precioso otoño en la Irpinia, donde la pasta en esta época se tiñe de color de trufa. Otro precioso otoño viví en Oxford, en los que las praderas junto a las vetustas edificaciones de piedra adquirían  tintes mágicos. Recuerdo sentarme bajo el árbol favorito de Tolkien y reflexionar mirando entre sus ramas cuánta imaginación habría visto pasar, cuantas ideas habrían surgido a la sombra y abrigo de sus ramas.

Pues de otoño va esta entrada, como habéis podido predecir. Es curioso que cuando se habla de que las personas llegan al otoño de la vida nos referimos, tal como dice la Academia, a que es el momento en el que la existencia declina hacia la vejez. Etimológicamente, no obstante, la palabra “otoño” proviene del verbo “augeo” y tiene que ver con la madurez y el auge, no con el declive que denota la acepción de la Academia. Eso sí, se trata de una plenitud, un auge que finaliza un ciclo. Es época de cosecha, de recolección, de renovación y de desprendimiento. No en vano, en inglés, además de “autumn”, de origen latino, pervive “fall”, que significa literalmente caída.

Sea como sea la interpretación, lo cierto es que la tierra y la naturaleza nos ofrecen cosas realmente estupendas en esta época, desde paisajes indescriptiblemente bellos a manjares exclusivos de este momento, y nosotros la acompañamos con tradiciones que honran esas cosas estupendas:  recoger castañas, buscar setas en el monte o vaciar calabazas para la noche del 31 de octubre.

El ciclo natural y el campo eran esenciales en la organización de homenajes o cultos en el mundo antiguo. En el mundo romano se celebraba el 1 de noviembre una fiesta en honor a la diosa de los frutos y los árboles, Pomona. Pero en Roma, también en otoño, el 11 de octubre se celebraba una de las tres fiestas dedicadas al vino, la Meditrinalia, en la que se mezclaba mosto recién vendimiado con vino del año anterior y se realizaban libaciones y ofrendas. El October Equus, el 15 de octubre, celebraba, mediante el sacrificio de un caballo el fin de la temporada de cosecha.

Plato con imagen de Pomona

Plato con ilustración de la diosa Pomona, Francesco Durantino, 1548

En Grecia era octubre también un mes repleto de fiestas: Las Pianopsias, fiestas de la siembra en honor a Apolo;  las Oscoforias, en honor al dios del vino, Dioniso, y, también relacionadas con el campo, las Tesmóforas, en honor a Deméter, diosa de la agricultura.

En la tradición nórdica también hay una festividad en torno al 15 de octubre, denominada de diferentes formas, como Veturnaetur o Freysblot, en la que se agradece la cosecha y se honra a los muertos. El Samhain, por otra parte, era una festividad celta que se celebraba en esa fecha y que tenía que ver con el fin de la cosecha y el comienzo del año nuevo.

Ya en la tradición cristiana, quizá la fiesta otoñal más conocida o más importante es la que se celebra el 31 de octubre con la noche de difuntos y el 1 de noviembre, el Día de todos los Santos. Esa celebración asimilaba la tradición pagana celta de Samhain, en la que, más allá del agradecimiento por la cosecha, también era una ocasión especial en la que el mundo de los espíritus y de lo sobrenatural se mezclaba con el mundo real.

La denominación “Halloween”, la fiesta heredera de esta tradición de brujas, espíritus y seres del más allá, proviene de la expresión “víspera de todos los Santos”, en inglés “All Hallows’ Eve”.  Es una de las principales fiestas otoñales en Norteamérica y, cada vez más, en Europa.

Halloween-card-mirror-1904

Tarjeta de felicitación de Halloween, de 1904, que recoge la tradición en la que la niña, mirando en un espejo en una habitación a oscuras, con la sóla luz del Jack-o’-Lantern (la calabaza) podría ver en el reflejo a su futuro esposo.

Más allá de las fiestas históricas o con raíces en el mundo antiguo pagano y su asimilación en el mundo cristiano, lo cierto es que hoy por hoy en otoño abundan las fiestas de carácter gastronómico y enológico: fiestas de vendimia, fiestas de las setas o  o de las nueces, o de las castañas, entre otras, abundan a lo largo y ancho de la geografía mundial.

Para mí se trata de una época especialmente sugerente para el misticismo, la celebración y el componente campestre. Si logro disciplinarme lo suficiente, compartiré en breve alguna receta otoñal, de esas de mojar pan o lamer copa.

Deja un comentario